Elen Lackner nacíó un 5 de octubre en Montevideo - República Oriental del
Uruguay, su padre era austríaco y su madre eslovena.
De infancia humilde, pero colmada de amor, prevalecía la música, el
canto y las buenas costumbres. Al cumplir su 4 años fue de visita a la casa de
unos amigos de su madre y escuchó a una persona como interpretaba una melodía
con su piano... luego ya no era la misma... a tan temprana edad se dió cuenta
que el sonido de esas cuerdas era lo que ella quería para su vida. La pasión
por la música se impregnó en su corazón. Soñaba poder acariciar teclas
con sus pequeños dedos. Fue tal el encantamiento por ese maravilloso
sonido que rogaba con lágrimas comenzar a aprender su ejecución. Así comenzaron
sus clases, luego llegó el mejor amigo de su vida, un Rönisch vertical de
concierto.
Su agilidad en la interpretación fue nata, luego se perfeccionó con
técnicas indicadas. A los 8 años dió audiciones en salas pequeñas donde se
disertaba sobre el aprendizaje del piano y sus respectivos métodos. También
interpretó en audiciones a dos piano. A los 12 años obtuvo el profesorado de
Teoría y Solfeo. A los 16 años logró el magisterio de piano, junto a la finalización de sus estudios secundarios, preparándose para su carrera universitaria, abandonada por elegir como prioridad, la música. Ya en perspectiva
de perfeccionamiento comenzó sus estudios superiores con el Maestro Hugo Balzo (
concertista de fama mundial ).
Su estudio diario era cercano a las 8 horas. Compitió en Juventudes
Musicales en el teatro Ateneo de Montevideo y varias audiciones en el mismo
lugar. No solo fue la música su entorno, también aprendió muchas cosas que lo
leerán en el poema que adjuntaré al terminar estas letras. Desde hace muchos
años, reside en Argentina volcada a la enseñanza de la música, agregando teclado
y acordeón. Hace unos años pensó, que debía escribirle un poema a su piano, "Mi piano, mi vida" allí están las sensaciones y sentimientos para con él, al verlo por primera vez sobre un
acoplado antes que lo bajaran y entrara a su hogar. Y luego por circunstancias de la vida comenzó a escribir sin pausa, poemas de amor. Publicó su primer libro hace un año, participó en dos antologías y hay perspectivas de publicar dos libros, uno con sus poemas, y el otro compartido con la gran poeta argentina, María Ofelia Reimundo
Mi piano, mi vida
Amaneciò, dìa soleado ,asì recuerdo, asì lo escribo
estrujado , mañanero , cansado de viejos
caminos .
Llegaste callado ,admirado
,temeroso...... sumiso,
pesado en tu andar ,lento ,casi
huidizo.
Te mirè , no creìa ,eras tù lo que mis
ojos veìan,
¡UN PIANO ! mi Piano ,un amigo para toda
la vida,
Te esperè noches y dìas ,no muchos , por
mis pocos años
con ilusiòn de acariciarte , con mis manos
de niña.
Nos miramos ,frente a frente era tu piel
tan oscura,
tus teclas muy blancas , como con brillo
de luna.
Asì comenzò nuestra historia ,la tuya, la
mìa,
con el vibrar de tus cuerdas ,con melodìas
de cuna.
Te acuerdas piano mìo cuando mojaba tus
teclas
con làgrimas de llanto , con làgrimas de
risa ?
Te acuerdas ? tù me consolabas o a mi lado
reìas,
con sonidos fuertes y otros muy suaves
imitando la brisa.
Pasaron los años ,te dejè muy solo por un
año y dìas,
naveguè una esperanza ,crucè las aguas
de un verde rìo,
de viento pampero , de hilos de plata
.
Soñando tu mùsica , extrañando tu
ausencia,
imaginaba pùblico pero......... eran sòlo
estrellas.
Pero volviste , otra vez a mi lado
,
sin un surco en tu cuerpo , sin marca en
mis manos.
Danzando mi mùsica de sueños con mañana
,
en el tren de la vida y en la emociòn de
mis brazos.
Elen Lackner
Este siguiente poema es donde Elen Lackner resume su aprendizaje y muestra lo que puede el querer ser.
Querer es poder
Hay tanto que aprender
no rechaces el saber
pon tus ganas ,interés
voluntad y querer ser.
Así comencé mis obras
observando de mi padre
su sonrisa en mis maniobras
paciente y sin zozobras.
Trepé un banco y llegué al torno
cambié correas,pulgadas en plomo
con el carro y sus cuchillas
me sentí de maravillas
como niña muy astuta
comenzó a volar virutas
humeantes,enruladas
y ya,tornera diplomada.
Una pared a reparar
fue mi siguiente tarea
pala,agua,cal y arena
mojando ladrillos
creció un muro en hileras.
Y zapatero a sus zapatos
también usé el trespiés
el taco y su tapita
distanciados sin querer
corté un trozo de suela
la cementé y clavé
quité rebarba con moladora
y mi trabajo terminé.
Mi madre?
cocinera rango cheff
tenía una meta en su haber
que yo fuera perfecta
al cocinar,bordar,coser
y tejidos en punto revés
mixado de olla y teclado
acordeón, piano
y un libro de inglés.
Continuó mi vida, mi historia
agregando soldador
una sierra y caladora
Schubert en lieders de cantora
soñando poemas de amor.
Así formé mi destino
entre Adagios, bronce y lino
martillo , lija en pulidos
pintura, pincel y rodillo.
Obrera y maquinista
de mis flores podadora
y en mi veste de modista
mi disfraz de profesora.
Elen Lackner
MÚSICA DE SECRET GARDEN - KARAOKE Y ARREGLOS CON EL PIANO DE ELEN LACKNER
ILLUMINATION
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APASSIONATA
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SANCTUARY
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SERENADE TO SPRING
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SOMETIMES WHEN IT´S RAIN
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SONG OF SECRET GARDEN
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POÈME
Rönisch
De Elen Lackner
I
Los años de mi niñez fueron
los mejores de mi vida. Fui una niña mimada, querida y según dicen, muy
graciosa. Mi cabello rizado y de un rubio casi blanco, era el tema de
conversación de cuanta persona se nos cruzara en el camino cuando salía de
compras con mi madre. Mi imagen reflejaba felicidad, siempre escuchaba a
personas allegadas que decían que era muy simpática y que cada vez que hablaba
lo hacía siempre con una sonrisa.
Mis vestidos los confeccionaba mi madre, bordados con mucho esmero. Pero tenía algo en mi haber que a veces sucedía, era el día cuando mi madre se aprestaba de llevarme a la zapatería porque necesitaba calzado. Fueron situaciones donde sacaba a relucir mi coquetería, la lucha de mi progenitora por hacerme entender, la diferencia entre el calzado para el colegio y el de paseo, pues yo quería siempre que fueran de paseo, tenía pasión de ver mis pies revestidos del más bello charol. Pero ella, firme en sus dichos.
Mis vestidos los confeccionaba mi madre, bordados con mucho esmero. Pero tenía algo en mi haber que a veces sucedía, era el día cuando mi madre se aprestaba de llevarme a la zapatería porque necesitaba calzado. Fueron situaciones donde sacaba a relucir mi coquetería, la lucha de mi progenitora por hacerme entender, la diferencia entre el calzado para el colegio y el de paseo, pues yo quería siempre que fueran de paseo, tenía pasión de ver mis pies revestidos del más bello charol. Pero ella, firme en sus dichos.
-Tú necesitas calzado para el colegio, deben ser con cordones, nada escotados, marrones o negros.
Al menos el color era a mi
elección.
Éramos una familia unida en la cual yo era la más pequeña de tres hermanos, la diferencia de edad entre nosotros era de dos años y medio más o menos. Ellos fueron niños aplicados, yo los quería muchísimo, eran conscientes de su tarea diaria; cuidar de mí, en el camino hacia o desde el colegio. Pero el problema que les causaba era que yo hablaba con cuanta persona desconocida se me cruzara.
-¡Mamá¡ No la llevamos más con nosotros. ¿Sabes que vergüenza pasamos?
Elen subió al colectivo y derechito fue al boletero.
–¿Puedes partir la moneda, la mitad para ti y la otra mitad para caramelos? ¿Puede ser?
-¿Y que sucedió? preguntó mi madre, tratando de darle seriedad a dicha conversación.
-No le cobró el viaje y le dijo -quédate con la moneda y cómprate lo que tu quieras.
II
La reunión familiar era la hora del almuerzo o cena, nuestras charlas de sobremesa eran amenas, las cuales se desarrollaban plácidamente, nunca faltaron ejemplos de momentos históricos, como la primera y segunda guerra mundial, la supervivencia en esos tiempos, el sabor del pan amasado con afrecho que pinchaba el paladar al masticarlo porque no se conseguía harina blanca, experiencias de vida increíblemente difíciles. Uno de los temas que me apasionaba y ponía mucha atención era sobre el cosmos, mi madre se lucía porque era lectora de la revista semanal “Cosmografía” cuyo costo era de $0.50 y curiosa de cuanto artículo que apareciese. No todos eran temas serios, también reinaba la alegría entre la música y las canciones folk, austríacas como "O du lieber Augustin", “O tannenbaum”, algunas clásicas de Schubert como Der Lindenbaum y la muy alegre de Eslovenia “Naša četica koraga” entre muchas. Mi padre, de profesión tornero trabajaba en una fundición, su sueldo no era excelente pero alcanzaba para vivir decorosamente. Mi madre, siempre muy enferma, era la que atendía nuestro hogar. Modista y profesora de la vida, ejercía la más ardua de las tareas: nuestra educación.
Ir a los teatros del Sodre,
Ateneo y Solís de Montevideo eran los paseos semanales, ya que mis padres
tenían sus convicciones sobre el tema: el arte musical despierta emociones,
espontaneidad, comunicación y expresión. Se aprende a reconocer sonidos,
desarrolla la creatividad emocional, la exteriorización del sentido rítmico...
A pesar de mi corta edad, vi variedad de zarzuelas, “Lagarteranas”, “La alegría
de los paraguas”...
Sabía la diferencia entre
Operetas y Óperas, los distintos conciertos, los solos, orquestados y
sinfónicos.
III
Cuando transcurrían mis
cuatro años, se anunciaba que en el teatro del Ateneo, la función estaría a
cargo de una pianista que jamás olvidé su nombre, Yolanda Rizzardini. Desde ese
día mi vida ya no sería la misma. Había conocido algo asombroso y mágico,
sonidos maravillosos donde las cuerdas tenían su propio idioma y el logro de
solamente diez dedos hundiendo teclas blancas y negras. De un momento a otro me
imaginé ya crecida, sentada frente a un piano, con la agilidad obtenida como
para poder ejecutar una polonesa del exquisito Fryderyk Franciszek Chopin.
Escuchando aplausos e inclinándome en posición de agradecimiento.
El telón de terciopelo
bordeaux se cerraba lentamente, el escenario oscureció y se iluminaron las
arañas de caireles checos.
¡Mami!– le dije – quiero
aprender a tocar el piano.
Fue lo primero que hablé en
el camino hacia el colectivo que nos llevaría a casa.
–Lo que tú quieres, cuesta
mucho dinero, libros, comprar el piano… ¡Veremos! –me contestó mostrando un
rostro dubitativo.
Ese breve diálogo quedó
grabado en mi mente. La palabra “veremos” repicando en mis oídos, dilucidando,
si quería decir si o no.
Pero tenía esa costumbre no
común en los niños, me conformaba con cualquier respuesta que recibía. Llegamos
a nuestro hogar, fui corriendo hacia el taller donde mi padre fabricaba
accesorios de bronce para automóviles.
–Papi, -le dije toda
decidida y mostrando mi sonrisa más convincente de que era capaz- quiero tener
un piano.
Mi padre me abrazó muy
fuerte, pero no me contestó. Giré sobre mis talones un tanto defraudada por su
silencio, y fui saltando a encender una radio que por el número de sintonía, yo
sabía que allí encontraría el programa especial de música clásica y los valses
de Strauss; era lo que a mi me encantaba y necesitaba en aquel preciso momento
mas que nunca antes. Con tanto placer lo hacía que imaginaba público y me
sentía sobre las tablas de un gran teatro. Así eran mis prácticas solitarias,
soñándome vestida con un tutú de tul blanco y zapatillas de satén.
IV
Corrían los días con menor
prisa que de costumbre. Era como que no llegaba nunca la respuesta esperada. Mi
piano imaginario, era la mesa donde nos reuníamos para comer. Hacía todos los
movimientos corporales de derecha a izquierda y viceversa, mis dedos ejecutando
arpegios, escalas, acordes y todo lo que había observado en aquel concierto.
–¡Elencita!, deja el lugar
que vamos a almorzar! –Acotó mi madre.
-No se come sobre un piano.
No puedo, todavía no finalicé mi estudio diario
–repliqué.
Me di cuenta de que mis
padres se miraron. Luego me observaron los dos.
Yo no sabía cual era el
significado de esas miradas encontradas. Hoy sí lo sé ¿Podremos comprar ese
piano?
Era la hora de cenar. Mi
padre no había llegado aún a la hora de costumbre. Curiosa por su tardanza
pregunté:
–¿Dónde está papi?
–Papi va a venir muy tarde,
tiene un trabajo nuevo, además del que ya tenía.
–aseveró mi madre.
Este fue el motivo, el
porqué del comienzo a las clases que tanto había soñado. Ya tenía mi profesora
donde iba diariamente, dos veces por semana rendía lo que los demás días
estudiaba, la técnica para agilizar los dedos y la práctica de lecciones en
etapas. Como era muy pequeña me tenían que ayudar a sentarme sobre el taburete
giratorio donde habían colocado un almohadón para que los antebrazos estuviesen
a la altura de las teclas, era la inamovible regla pianística y mis pies
apoyados sobre un banquito de madera.
En aquellos lejanos años,
en los cuales era el dicho común de la gente que el ahorro era la base de la
fortuna porque no existía inflación como en estos días, cuando el dinero
guardado no perdía su valor y se podía planificar compras a largo plazo. Así
comenzó el plan. El dinero del trabajo extra de mi padre, más la ayuda de mi único
tío, soltero y sin ningún compromiso quien siempre me regalaba dinero para la
compra del piano.
A partir de cierto tiempo,
comenzamos la búsqueda. Comercios de ventas de instrumentos musicales y la
visita a afinadores que arreglaban pianos usados para comercializar, eran
nuestra salida diaria. Llegó el momento en que la suerte estuvo de nuestro
lado. Nos dirigimos a la casa de un afinador, un hombre especial, era ciego.
Nos llevó hasta un cuarto maravilloso, lleno de pianos, lustrosos, de caoba y
de roble. Mi madre preguntaba ansiosamente cual era el costo de cada uno. Así
llegamos delante de un Rönisch, alemán, de ochenta y ocho notas, vertical, pero
de concierto. Su costo era exactamente lo que se pudo ahorrar, dos mil
doscientos pesos. Mi madre pidió escuchar cuan bello sonaba. El hombre adelantó
su brazo con ademán de ofrecimiento
-Que lo pruebe la niña.
Justamente eso esperaba yo,
toqué la canción de cuna de Brahms facilitada y fue tan maravilloso ese momento
que no lo olvidaré jamás, ya lo sentí mío. Se hizo entrega de la seña, el
lógico comprobante de la misma, y otra vez sin poder callar mi ansiedad.
– ¿Ya lo podemos llevar?
–pregunté.
–La semana que viene se los
llevaré. Debo contratar gente que tenga mucha fuerza. –contestó el afinador. El
peso de un piano de esas característica era de aproximadamente de doscientos
cincuenta kilos, además tenía que darle el último toquecito de afinación.
Creo que fue la semana más
larga de toda mi vida. Se cambiaron de lugar los muebles de mi dormitorio,
midiendo el lugar que quedaba libre luego de haber corrido mi cama habiéndola
transportado al lugar opuesto a donde se encontraba anteriormente, a mis dos
muñecas las senté en un silloncito de mimbre que también me había regalado mi
tío, estaban en posición de espera mirando hacia la puerta, así se llegó a los
cambios definitivos, una pared central entre dos puertas, fue el lugar que se
predestinó para mi piano. Una mañana mientras el rocío aún permanecía sobre el
verde y las flores, cuando el azul del cielo era más azul que nunca,
sorpresivamente golpearon la puerta de entrada a mi casa.
Mi madre atiende el llamado
sin abrir la puerta, era su costumbre preguntar quien es, debido a una mala
experiencia que aconteció un par de meses atrás.
–Señora, traemos el piano. Dijo
uno de los tres hombres que se apersonaron, eran corpulentos, vestidos con ropa
de trabajo beige asiendo unas cuerdas gruesas sobre sus hombros, estaban cerca
de un vehículo de tamaña proporción, estacionado de culata en dirección a mi
casa, pintado de rojo y sobre la caja había un bulto cubierto por una lona
verde.
Fui corriendo hacia él,
pero me demandaron que me alejara, pues era peligrosa la maniobra que debían
hacer. Observé la difícil tarea que tenían para que yo tuviese mi tan esperado
piano. Recuerdo que mi preocupación se centraba en que al querer bajarlo sobre
una madera y cuerdas atadas alrededor de su cuerpo, el piano volvía hacia el
vehículo otra vez porque tenían que salvar una pequeña elevación antes de que
tocara piso definitivamente. En mi recuerdo quedó grabado lo que yo sentí en
ese instante. Pensé que nunca podrían bajarlo. Trataron de asirlo de diferentes
maneras hasta que por fin y para mi gran alivio, lo lograron. Ya estaba apoyado
sobre la vereda en sus pequeñas rueditas. Comenzó el camino hacia donde iba a
reinar para siempre. Saltando de alegría a su lado, puse mi mano sobre él como
esperando que me tomara con la suya. Yo sentí que el deseo de él era el mismo
que el mío, ser mi compañía.
Ya estaba a mi lado el
mejor amigo de toda mi vida.